Cuando salí, todo brillaba a mi alrededor, me alegro aun más
el hecho de que no haya niebla.
Empecé a caminar, fui por el camino que daba a la plaza, era
un largo recorrido pero valía la pena y mas en un día soleado como este.
Note algo curioso, mi sombra estaba frente a mi, (pegada al
piso) de un tono grisáceo, como si desapareciera.
Me parecía extraño porque nunca mi sombra estaba delante mío,
siempre me seguía como perro faldero al que se le regala una caricia, me daba
la sensación de que esta vez, yo la seguía a ella.
No se porque, pero no podía aguantar ver mi sombra, me daba
nauseas y una pizca de nerviosismo, de miedo, como si esa sombra no fuera de mi
propiedad.
Solo la veía por mi forma de caminar, no se si era peculiar,
pero no veía a nadie mas caminando como yo.
Caminaba con la cabeza gacha, como si algún remordimiento me
triturara la cabeza, siempre que caminaba con algún conocido tenían la
costumbre de preguntarme “Te pasa algo?”
Esa pregunta me hartaba, y para no parecer grosero
contestaba con un firme NO, seguido de un “Gracias por preguntar” algo tímido.
Yo caminaba así para no ver a las personas que me rodeaban,
no tenía el mínimo interés de ver sus rostros y estoy seguro de que ellos
tampoco.
Tuve que subir la vista y la cabeza porque ya no aguantaba
un segundo mas ver el contorno gris de mi cuerpo y no me arrepiento, si no lo
hubiera hecho no habría visto a Lizbeth, mi amor de toda la vida, la razón por
que mi corazón latía y dolía, ella era mi corazón, el todo reducido en una
persona, una persona que lo es todo, un ángel, lamentablemente, un amor
distante, lejano, imposible, deseado
pero inasequible.
Estaba sentada en una parada de autobús, tan pacifica que parecía
muerta, que dormitaba como Blancanieves, poseía unos rasgos fisonómicos tan
delicados que era imposible no detenerse a mirarla aunque sea por un segundo, pálida,
ni en demasía ni en escasez, la medida justa.
En sus hombros reposaban sus rizos castaños como jirones de
chocolate, pero a la vez dorados, como cabellos de ángel, si me dijeran que
describiera a uno, seria igual a ella en todo, cada rincón, cada detalle,
simplemente ella.
Éramos amigos, nos conocimos ya de jardín de infantes hasta
secundaria, un lapso de tiempo en donde no hice nada para agradarle en otro
sentido, igual, no hubiese podido ya que en ese momento éramos totalmente
diferentes, ella era muy culta, discreta, seria…y yo, el bufón del curso, se podría
decir incluso, de la escuela.
Pero ahora que había cambiado y era como ella, todo podría
cambiar.
Tome aun más valor que el que necesite para salir de mi
hogar y fui hacia donde ella se encontraba:
-Hola, te acuerdas de mi?-
-Hola, te acuerdas de mi?-
-Oh, pero si eres Sebástian!
Como no recordarte, en muchas ocasiones me has hecho llorar de risa.-
Respondió mostrándome
sus perfectos y brillantes dientes
formando con ellos una dulce sonrisa.
-Pero ya he cambiado, lo juro!- La interrumpí precipitadamente, si pudiera haberme golpeado en ese momento sin parecer loco, lo habría hecho con gusto.
Rió de nuevo y comento:
-Pero ya he cambiado, lo juro!- La interrumpí precipitadamente, si pudiera haberme golpeado en ese momento sin parecer loco, lo habría hecho con gusto.
Rió de nuevo y comento:
-Me alegro que te hayas dado cuenta de tu comportamiento,
ahora si me disculpas, ahí viene mi autobús, hablaremos en otra ocasión, adiós.-
Beso mi mejilla y partió hacia quien sabe donde.
Seguí observándola hasta que el autobús se perdió en el
horizonte de la ciudad, me enoje conmigo mismo al dejarla ir hasta que vi que había
olvidado un libro, me alegre al ver que era “Demian”, de Hermane Hesse, eso era
un punto a mi favor, me encantaba aquel libro, como tantos otros de el.
Abrí el libro por la contratapa (tenia la costumbre de hacerlo de ese modo) y para mi asombro y felicidad, dentro de el estaban los datos de Lizbeth, su nombre y apellido, teléfono y dirección, supongo que era por si una cosa como esta sucedía, veo que realmente tenia un apego con sus libros.
Abrí el libro por la contratapa (tenia la costumbre de hacerlo de ese modo) y para mi asombro y felicidad, dentro de el estaban los datos de Lizbeth, su nombre y apellido, teléfono y dirección, supongo que era por si una cosa como esta sucedía, veo que realmente tenia un apego con sus libros.
Con sus datos bajo mi posesión y una excusa para verla, solo
tenia que tomar el valor y llamarla, o quizá ir a su casa, aunque dudo tener lo que se
necesita para hacer lo ultimo.
Con toda la felicidad ganada hasta entonces, volví a mi
hogar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario